soglia di attenzione

venerdì 25 gennaio 2008

“¡Cuidao, que llega el Azúa!”

No me puedo resistir. Desde que lo publicò, hace dos años más o menos, habré vuelto a leerlo cien veces. Una de las obras maestras del Azúa bloguero. Su quintaesencia. En suma, una maravilla.

Aquí va, se titulaba Costumbrismo ontológico:
Tremenda fatiga. Llego al hotel a las diez de la noche, tiro los trastos y salgo en busca de algún alimento, cualquier cosa, lo que sea, fideos, donuts, esturión al ajillo, me da lo mismo. No he comido nada desde las ocho de la mañana. Entro casi sin mirar en la primera puerta que encuentro, la Cafetería Bar Iberia Salón Comedor y me asalta una emoción intensa, adolescente.

Suelo de losa verde, apoyadero de mármol plástico imitación jade chino hasta media altura, el resto gris rata, apliques de latón con tulipas translúcidas floreadas, percheros de bola, manteles de papel a cuadros marrones, un aparador lleno de flanes de huevo y periódicos viejos. En la tele retransmiten el partido Real Madrid vs. Steaua de Bucarest. Tomo asiento.

Se acerca un camarero cojo vestido de mandilón con lamparones y chaleco blanco al que falta un botón. Pido dos primeros, ¿es posible?, (no contesta), lentejas y patata con carne, dos clásicos de cuando estudiaba y el mundo iba a ser mucho mejor y lo íbamos a conseguir nosotros. Se va tic toc tic toc.

Un escalofrío de voluptuosidad me recorre el espinazo. Estoy a punto de pedir tinto El Sotillo con La Casera, como mi vecino de mesa, un hombre sin barbilla y nariz pontifical, pero me contengo. En el salón comedor Iberia sólo hay hombres y el más joven tendrá sobre los cincuenta y siete. “¿Y beber?”, dice. Ha vuelto como un aparecido. Me pido una cerveza, pero que no esté muy fría, por favor, hoy he caminado bajo la lluvia y estoy temblando. El cojo me mira con una sabiduría secular, abismal, paleolítica y me trae una cerveza helada. Tiene razón. ¿Cómo se me ocurre pedir estas tonterías?

Cuando el Madrid marca su cuarto gol, todos los comensales dicen: “gol” con una voz neutra, sin expresión, minimalista, como si saludaran a un colega que acaba de entrar, pero todos al mismo tiempo, con una exquisita articulación a capella. Uno de ellos, solista, añade para sí mirando al plato y pinchando una albóndiga: “Muy bonito. Mu-y bo-nito”.

El cojo se acerca a un caballero rebozado en chándal amarillo limón, pelo rapado y gafas culo de vaso y le pregunta con rotunda seriedad: “¿Hace el segundo, guapo?”. El del chándal asiente de mala gana y sorbe la coca-cola de su vaso de tubo. “¿Qué era, el codillo?”. El del chándal levanta la cabeza como si le hubiera picado un áspid y se le queda mirando al camarero de hito en hito y con expresión indignada: “¿Voy yo a comer esa mariconada?”. Y luego, con un gesto de infinita paciencia y venga-ya-que-no-me-molestes-más-en-toda- tu-puta-vida grita: “¡Tráeme el chicharro, no me fastidies!”.

Estos lugares conservan la belleza infinita de una sociedad sana, digna, señorial, inasequible al diseño y en donde los restaurantes son como han de ser y como eran en tiempos de Mesonero Romanos. Ocho euros treinta.

Al salir me cruzo con un punto de enorme caja torácica, coleta, patillas a lo Machaquito, collares de oro y un palillo en la boca. Avanza despacio, no sin cierto contoneo bien estudiado. Al fondo se oye: “¡Cuidao las carteras, que llega el Carota!”. El Carota avanza como un buque oxidado, aún valiente, aún marinero, capaz de cruzarse el Atlántico aunque sea a remo, y sonríe con inmensa satisfacción.

Regreso al hotel totalmente reconciliado con el mundo y con la Creación en general.


[Publicado el 20/10/2006 a las 10:30]

http://blogs.elboomeran.com/blog-post/1/259/felix-de-azua/
costumbrismo-ontologico/


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